Texto de la segunda edición de Emerge MX (2017)
www.emergemexico.com/002-ego-lo-comun
El ego en sí no es exclusivo del diseño, sino que se encuentra presente en todas las disciplinas y en muchos aspectos de nuestra vida. No podemos abstraer esta discusión de una percepción histórica y cultural occidental, en donde la cosmovisión hegemónica se centra en el individuo y el sistema económico en un constante consumo, lo cual se vuelve un gran reto para la construcción de comunidad y sociedades conviviales. Ivan Illich llama sociedad convivial a aquella “en la que la tecnología moderna está al servicio de la persona integrada en la colectividad y no al servicio de un cuerpo de especialistas. Convivencial es la sociedad en la que el hombre controla la herramienta” (1978).
La sociedad de consumo vive de una estrategia de seducción, en la que la acumulación y la multiplicación de elecciones son sus engranajes principales (Lipovetsky, 2002). El diseño es una disciplina que ha caminado de la mano con el mercado y que de cierta manera es una de las principales armas para el mantenimiento de una sociedad de consumo. Por una parte están las y los diseñadores que se someten a la producción en serie, es decir, quienes reducen su capacidad creativa a la mera utilización de las herramientas del diseño para desarrollar los intereses del capital. Es así como el diseñador crea publicidad que seduce a las personas para consumir, crea productos que aumentan la comodidad pero que limitan la convivencia o diseña edificios no sustentables. Por otra parte, están quienes se someten a la exigencia de la “originalidad” y tratan de jugar en un campo del mercado en el cual el nombre o la marca toma suma relevancia. Ésta es, sin lugar a dudas, una posibilidad de la elite que puede abstraerse de las necesidades del mundo y enfocarse en el extremo de la estética. Ambas direcciones convierten al diseñador en un agente alienado de las realidades del mundo, no en vano la formación académica en las áreas creativas carece de la oferta de materias relacionadas a las ciencias sociales, políticas o humanidades. Desde los años 70’s Papanek nos invitaba a “diseñar para el mundo real”, como una crítica al diseño descontextualizado y nos recordaba que “el diseñador tiene que ser consciente de su responsabilidad moral y social, porque el diseño es el arma más poderosa que ha recibido el hombre para configurar lo que produce, su medio ambiente y, por extensión, a sí mismo” (1984).
Tal vez es el sueño de muchos diseñadores poder ser reconocidos por su marca, sin embargo, más allá del talento existe un mercado al que hay que convencer constantemente, en el que también existe desigualdad de oportunidades ya sea por clase, raza o género. Por otra parte, el sistema económico, sostenido por ese mercado y la sociedad de consumo, no solo deteriora el medio ambiente, sino que perpetúa la violencia y la desigualdad. Es por eso que la invitación de Papanek aún resuena, pues cada vez se hace más urgente repensarnos en lo comunal y descubrir el diseño como una herramienta de transformación social que va más allá de una pieza patentada. En este sentido, el ego nos permite sobrevivir y sobresalir en una sociedad de consumo pues nos reta constantemente a querer ser los mejores, es aliado de la competencia pero enemigo de la comunalidad. Ahora podemos decirle a Papanek que habrá que diseñar para un mundo con diferentes realidades, y que para hacerlo hay que conectarse con esos mundos, sus contextos, al mismo tiempo que se reinventa la ética del diseño como herramienta de cambio.
Hoy en día la crisis es una constante en los discursos y en las realidades: crisis ambiental, crisis económica, crisis social, y un largo etcétera que nos habla de la deshumanización, de la guerra, del deterioro de la tierra, el desgaste de los ánimos y la impotencia ante un mundo que se derrumba poco a poco, entonces ¿cuál es el papel del diseño y cómo se puede conectar con el mundo? Y ¿cómo podemos encontrar otras formas de diseñar?
Controlar las herramientas debe implicar el diseñar pensando en la comunidad y no en el individuo (Escobar, 2016); utilizar el diseño para resolver problemas, para organizar la vida y para imaginar las posibilidades de nuestro entorno; así como recuperar la capacidad creadora, su autonomía y la forma de autogestionarla. No significa que tengamos que inventar la nueva forma de diseñar, sino de observar lo que aún prevalece del sentido comunitario, ya sea en las ciudades, en los pueblos originarios e incluso en la historia. Para lograr esto, la formación de las ciencias sociales y las humanidades es indispensable, pues no se puede seguir formando en el diseño sólo desde la técnica descontextualizada. Es necesario formar diseñadores que también observen, critiquen, entiendan la sociedad en la que actúan y prevean el impacto que puede tener su trabajo en el ámbito socio-político-cultural.
Si bien es cierto que el diseñador puede volver más compleja su formación académica, también puede complementarse con personas de otras disciplinas. No se trata de ser todólogos, pues replicar el trabajo individualizado sólo alimenta el egocentrismo. En contraparte, reinventar el diseño es también reinventar las formas de trabajar y en ese camino la cooperación y la interdisciplinariedad se hacen presentes. Además de que ya no bastan las herramientas de una sola disciplina para dar respuestas a realidades complejas, la cooperación es una forma de resistencia ante el trabajo alienante, al mismo tiempo que nos acerca a una práctica convivial donde el ego puede ser disminuido sin que necesariamente se pierda la individualidad. Al hablar de cooperación no referimos a los clásicos trabajos en equipo donde cada quien hace una parte que contribuya al producto final, sino a un proceso de trabajo colectivo en el que se escuchan e integran las diferentes perspectivas y aportes para construir un producto.
Finalmente, el diseño siempre está conectado con los otros y otras que coexisten con nosotros. Entonces ¿cómo podemos mirar más allá de nuestro “yo” para reactivar la sensibilidad y la solidaridad[4]? Sin lugar a dudas el ego se vuelve obsoleto en un mundo como el actual, pues sabemos que si se trata de sobrevivir, ya no podemos hacerlo solos. La formación multidisciplinaria, la sensibilidad humana, la comunidad y la cooperación son claves para construir nuevas formas de trabajo y oportunidades para reconstruir nuestros espacios y culturas. Buckminster Fuller ya lo decía “no vamos a ser capaces de pilotar nuestra Nave Espacial Tierra durante mucho tiempo más, a no ser que entendamos que es la única nave y que nuestro destino es común. Tenemos que ser todos, o no seremos ninguno” (Fuller, 1969). Mirar más allá de nuestros propios límites y zonas de confort nos ayuda a entender que existen otras necesidades en las que el diseño puede jugar un papel muy importante, donde la pregunta no es ¿Cómo patento/protejo mi creación? Sino ¿cómo la comparto? Y ¿de qué manera contribuye lo que hago a construir otro mundo posible?
El diseño tiene la posibilidad de hacer alianzas con diferentes disciplinas para generar proyectos, información, investigaciones, publicidad sustentable, ilustraciones críticas y un sin fin de ideas. Un ejemplo como Nómada Laboratorio Urbano[1] (Cd. Juárez, Chihuahua), nos recuerda la intrínseca relación entre arquitectura, urbanismo y ciencias sociales, así como la urgente necesidad de hacer valer el derecho a la ciudad en espacios en los que la violencia ha destrozado el tejido social. Por otra parte, la Cooperativa de Diseño[2] (Argentina) pone sobre la mesa el uso crítico del diseño y la posibilidad de hacer accesible las herramientas industriales, gráficas y audiovisuales para potencializar las economías alternativas o plataformas como What Design Can Do[3] que constantemente reta a los diseñadores a tomar responsabilidad del mundo y analizar las contribuciones que el diseño puede realizar a la sociedad. Así como éstos, existen miles de proyectos que buscan hacer del diseño y sus productos herramientas conviviales que transformen su territorio, que resuelva necesidades y potencialice las herramientas de la comunidad.
Dairee Ramírez y Jorge Balleza
Emerge MX
No. 002 Ego en el diseño
Referencias
Ivan, I. (1978). La convivencialidad. Ciudad de México. Editorial Posada
Lipovetsky, G. (2002). La era del vacío, trad. Joan Vinyoli y M. Pendanx, Barcelona. Anagrama.
Papanek, Victor. (1983). Design for the Real World.
Arturo Escobar. (2016). Autonomía y Diseño. La realización de lo comunal. Colombia. Universidad de Cauca.
Buckminster Fuller. (1969). Operating Manual for Spaceship Earth.
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[1] http://www.nmdlab.com/
[2] http://cooperativadedisenio.com/
[3] http://www.whatdesigncando.com/
[4] Franco Bifo Berardi en su libro Héroes. Asesinato masivo y suicidio (2016), se adentra en la en la obsesión contemporánea por competir y estar hiperconectados, formas antónimas de la sensibilidad y la empatía.